22/10/11

Hasta ser libres, condenados a luchar...

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Lo siguiente, es una parte del "Manifiesto anticivilización", un fanzine europeo (español o frances, no se bien), con el expreso lo que he estado pasando estos últimos meses.


Mirándote a los ojos
Comiendo fruta ayudado por mi cuchillo, sentado al ras del suelo, evaporándose las últimas gotas de rocío de la mañana. Bañando mi cara con los primeros rayos del sol, haciéndome entornar los ojos su resplandor, embelesado por la dulce y silvestre sensación, me puse a recordar lo que era; lo que fui en otro tiempo.
Nunca me gustó la escuela, el primer día que me llevaron a ella, como otros muchos, rompí a llorar, como cuando se me negaba algo y se me imponía a la fuerza, o se me obligaba a comer dentro de esos rígidos horarios, esa comida de fábrica. Sollozos como en los que siempre rompí cuando se me domesticaba para poder "vivir" en este domesticado mundo, hecho a la medida de la máquina.

Tres meses al año me liberaba de ese doloroso tedio; de la escuela aburrida y autoritaria, de la casa-hormiguero de hormigón, de sus coches asesino; carreteras peligrosas, de los horarios mecanizantes, de las prisas angustiosas... incluso el autoritarismo familiar se suavizaba esos meses, en el campo, en medio del bosque, con el fragor del verano; y la cálida compañía de 2 buenos amigos.

Eran tres meses eternos: veranos de plenitud donde no existía el tiempo, ni el pasado ni el futuro, solo la vida gozando siempre, con efímeros ratos de indoloro aburrimiento. Meses en los que la socialización perdía fuerza al jugar paseando hormigas por las manos y atravesando el bosque en busca de refugios fantásticos, investigando sus secretos. Corriendo siempre, pero por placer y no por prisa. Escalando árboles, en vez de peldaños.

Más tarde, más domesticado, los placeres más simples dejaron de tener su encanto, a la par todo me lo hacían más complejo, y la siempre odiada matemática se adueñaba de mi pensamiento. Volvía al refugio silvestre, pero cada vez me era más extraño. Cazaba grillo como antes, perseguía pájaros, pero ahora para encarcelarlos en cajas de zapatos. El aburrimiento cada vez se hacia más largo, y empezó a hacerse doloroso. Lo habían conseguido, era un ser de diez años -quizá menos, quizá poco más- perfectamente socializado (estandarizado). La conexión intuitiva con la natura y la simpleza, belleza y plenitud de la vida natural había sido rota. El doctor había cortado el cordón umbilical y ya podía se un eficiente engranaje de su maquinaria social.

Fue entonces cuando nacieron mis depresiones. Hicieron nacer en mi un Dios que me miraba desde su omnipotencia, con sus diez leyes de piedra, frío y distante, vengativo, violento y luego cínicamente amable. El Dios murió un buen día y me levante confundiendo el desbordar de mi desesperación con la libertad. Había cumplido doce años. Los siguientes fueron años de contraataque, donde mi ira incendió ostias en las misas y escupió las caras de los profesores en su más podrida autoridad. Me estaba haciendo adulto, pero los rituales para pasar a de esta edad/status, en esa desnaturalizada sociedad eran demasiado asquerosos. Jamas sociedad humana habían obligado a tan abyectos autosacrificios para poder ser adulto -eso que llaman "independiente".

Ahora embelesado, años después, comiendo la fruta de la tentación en, el verde bajo el sol, miro el pasado. Guiño un ojo al viejo Dios, y sabiendo no recibir respuesta, le juro "morirá en mi el nuevo Dios, como moriste tu asqueroso".

Y entonces te miro a ti a los ojos, a través del espejo, quiero que veas mis destellos de odio y sientas mi dolor. Ya no hay nadie que me engañe, la causa de mi sufrimiento no la he de buscar en mi interior. Tu estas ahi, y no debo ignorarte. Mi dolor ¡cierto!, nace de mi inadaptación. No consigo amoldarme a la cuadriculada vida. Soy un "engranaje redondo para clavijas cuadradas". Y los chispazos de esta desafinación queman mi cuerpo, torturan mi mente, pero también erosionan tu estabilidad.

Cada vez somos más. Dentro de poco seremos demasiados los engranajes redondos: ¡Te haremos saltar por los aires! Y por fin la redondez se desenredará en una espiral en la que nos hayamos convertido nosotros mismos, para dejar de ser máquinas y ser fluidez y vida, de nuevo, destruyendo en nosotros el Tiempo; viviendo la voluptuosidad del instante; rescatando el niño que hoy llevamos, como lastre, moribundo, enterrado muy profundo.

Y te miro a los ojos en la obscuridad y bajo las estrellas, clandestino como los zorros que habitaban otrora mi bosque. Tengo una herida abierta en mi corazón. La culpa y causa de ella se encuentran en identidad. Y no tiene perdón posible, ni armisticios, ni pactos, ni treguas. Solo su muerte podrá resarcirme. Auya mi dolor, y como lobo herido busco sangre que derramar. Solo en tus entrañas purgadas al limpio aire encontraré las mieles de la venganza. De sus cenizas alzará el vuelo el pájaro de fuego que anuncie un nuevo amanecer... Donde no haya nunca más ni un resquicio de domesticación, donde el planeta pueda dejar de contener la respiración y rebrote verde de alivio, donde solo exista la simpleza de la libertad, sin dios alguno, por siempre salvaje.


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